Crónicas de viaje I

El boarding pass decía 29 de mayo pero mentía. Subí al avión el 30 y, desde entonces, ese día que no estuvimos en Londres quedará suspendido en otra línea espacio temporal.

Ese 29 de mayo, a pesar de los mails y las notificaciones de la app, fuimos hasta el aeropuerto a insistir con British Airways y lograr tomar otro vuelo, sin éxito. Hicimos fotos con la familia que nos acompañó en la falsa despedida y volvimos cada una a su casa, mi prima y yo, hundidas en la desilusión. La cita se pasaba para el dia siguiente a las 7.40 am.

Empezaba a clarear cuando llegamos con Sandra nuevamente a Ezeiza, ya sin acompañantes – la familia se excusó diciendo que contaba como válida la despedida simulada del dia anterior -, y con el entusiasmo renovado. Mi primer viaje a otro continente llegaba por fin, cada sensación era nueva y esperada , desde el miedo hasta la alegría. 43 años me llevó meter mis cosas en una mochila, juntar la plata y tomar la decisión. Era el día.

Los aeropuertos ponen a prueba los nervios de inexpertos viajantes como yo. Por suerte Ezeiza es pequeño (esto lo comprobé días más tarde) y es mi país, mi idioma, mi casa. La compañía de Sandra me daba tranquilidad: ella tenía más viajes encima y, como hice desde pequeña, la seguí. Tantas veces la escuché plantar posición en la mesa familiar, o contar alguna historia de sus viajes por Latinoamérica, que se había transformado en alguien a quien yo miraba y admiraba. Yo sabía que cuando éramos chicas ella no sentía mucha simpatía hacia mí. Me jugaba en contra ser la prima menor, muy consentida; pero el tiempo hizo lo suyo y acá estábamos, compinches, en nuestros contiguos asientos de avión.

Nos juntábamos los viernes en casa, sobrepasando la pandemia a fuerza de mate y té chai. Abrimos un drive compartido, subimos tickets, itinerarios, prints de pantallas y fotos de pasaportes. Usamos puntos de la tarjeta, discutimos si Firenze sí o no, si Versalles o Giverny, hicimos cuentas y leímos cuanto blog se nos aparecía. Nos quedábamos enganchadas con algún posible paseo y nos mandábamos audios la mañana siguiente que generalmente empezaban diciendo Hola, de nuevo yo, sabés que estuve pensando. Lo que era una idea fue tomando forma de tickets y boletos.

Conozco muchas formas de ser dichosa, entre ellas están esos viernes de otoño en que planificamos este viaje.

Después de un desordenado y tedioso vuelo Buenos Aires – San Pablo, hicimos una escala no prevista. Ya todo era incertidumbre y superposiciones y cruces entre pasajeros con camisetas argentinas que iban a Londres a ver la Finalissima en el estadio de Wembley. Al pasar seguridad, nos indicaron que podíamos ingresar al salón VIP, que quedaba lejísimos de la puerta de embarque. Después de andar bastante con las dos mochilas encima – porque sí, o me voy de mochilera como siempre lo soñé o no me voy – llegué con lo justo para embuchar una porción de pizza y una banana brasilera. Cuando fui a lavarme las manos, me di cuenta que había jabón liquido marca Natura, como el que hace rato dejé de comprar por catálogo.

De vuelta al avión, ya descontando horas a nuestro destino final y mientras era madrugada en casa, vimos el sol hacia adelante. Hacia allí nos movimos , desde las estrellas hacia la franja naranja del amanecer.

Publicado por laleaguirre

Me gusta estar cerca de las palabras. Tambien lloro fácil y hablo pavadas.

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar