Mind The Gap

El aeropuerto era una laberinto de acentos y atuendos. Nunca había estado en un lugar con tanta velocidad y, aunque me lo proponía, la mezcla de emoción y asombro que me amasijaba la panza no me permitía prestar atención a los detalles. Estaba totalmente sobrepasada por la magnitud y la cantidad de personas que iban a venían, recién llegadas o apurando una despedida. Me trasladaba cinta tras cinta por los pasillos de la terminal 5, mejor dicho por los túneles. Los pasillos son un lugar estrecho, apenas caben algunas filas; un túnel podía esconder pero también extenderse hacia arriba, cóncavo, abierto, infinito.

Todavía drogadas con jet lag, llegamos bajo tierra, al túnel real mas antigüo y más moderno, a la boca monstruosa de la Picadilly Line. Mind the gap between the train and the platform,  escuché. Ojo con la brecha, atención a la distancia entre una cosa y otra. 

Tan enorme se abría el océano detrás nuestro.

Desde los subsuelos hacia arriba de los puentes, nos mecía el tube, susurrándonos los estrafalarios nombres de las estaciones a través del largo trayecto, y abriéndose paso entre todas esas casitas dibujadas con ladrillos rojos. Mi cabeza aún no lograba atar sensaciones con cosas, no miraba a nadie, no se detenía en los carteles, no intentaba entender la señalética, no jugaba a las 7 diferencias, no se hizo preguntas. Sú unica reacción fue un largo gesto mental de asombro.

La escalera del hotel era empinadísima, sí, pero las camas mullidas y enormes, el té de cortesía y la cancha de tenis rodeada de árboles que veíamos desde la ventana resultaron un gran premio. No podíamos creer la suerte que tuvimos al reservar ese hotel entre la excesiva oferta tras la pantalla de internet. Después de un apurado estallido de alegría y de una ducha breve, empezaba a llegar la sinapsis cerebral y comprendíamos donde estábamos.  

¿Cuánto caminamos? todos los pasos resultaban pocos para la avidez que traíamos. No fue suficiente ningún tamaño de fish and chips ni toda esa cantidad endemoniada de pintas para calmarnos. 

La lluvia caía mientras cruzábamos a pie el puente basculante, así unimos las orillas norte y sur del Támesis. Qué tilinga, pensé, no lo hice nunca con el Rio de la Plata, ni siquiera conozco Carmelo y lo vengo a hacer acá, en este rio industrial, sangriento, apestado por los siglos de otros. 

En cada rincón olíamos comida, y eso nos alimentaba el hambre. En cualquier calle, en cualquier esquina: comida, con ingredientes imposibles de identificar. Podían ser salsas, carnes, salchichas, pero también cítricos, coles… ¿de dónde venían? Es que la multitud era tal, y aún mayor la posibilidad de consumo que, lógicamente, se come a todo hora y en todos lados. En un momento ¡hasta olimos chocolate! y pensamos: es definitivo, es una trampa, esta ciudad es una trampa. Nos tienta, utiliza sus condimentos de aquí y de allá, los combina, los pone en contraste, y nos dice vení, estoy cocinando cosas para vos, para que las saborees y me digas que no, que no es tu casa, que no se parece en nada y que no puedas  distinguir qué es mejor o peor. Todo aca es intencionalmente distinto para que te des cuenta de la distancia que existe Vení, caete al hueco. The gap, la oscuridad y la abundancia.

El arcoiris lo vimos desde el piso 43 de un edificio con forma de walkie talkie, rarezas de ese estilo puedo contar. Mi cerebro seguía haciendo grandes esfuerzos por buscar categorías nuevas y armando redes neuronales que mas tarde tendrían efecto. 

Mientras mirábamos todas las cosas tan chiquitas desde ahí arriba, a tanta altura, yo me preguntaba cuál era el costo de esta separación. Acodada en la baranda del rascacielos, hice un esfuerzo más para entender cuándo, cómo fue que pudimos agrandar la brecha, huir.

#Londres #ficción #tube #viajes

Publicado por laleaguirre

Me gusta estar cerca de las palabras. Tambien lloro fácil y hablo pavadas.

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